San Máximo de Jerusalén, reconocido por su firmeza y devoción cristiana, fue un destacado obispo del siglo IV. Durante su vida, sufrió bajo la persecución del césar Maximino Daya, quien lo condenó a trabajos forzados en las minas tras arrancarle un ojo y quemarle un pie.
Vida y Persecución
Después de su liberación, Máximo fue nombrado obispo de Jerusalén, donde continuó su labor pastoral con fervor, ganándose el respeto y la admiración de sus contemporáneos. Su vida es un testimonio de fe y resistencia frente a la adversidad.
Legado y Celebración
La Iglesia conmemora su memoria el 5 de mayo. San Máximo es venerado por su fortaleza y dedicación al cristianismo, dejando un legado inspirador para los fieles.